Podría empezar contando que desde pequeña me ha gustado escribir, que he llenado cajones con relatos y que tengo mucha imaginación… No sería mentira, pero es un topicazo.
La verdad es que era una niña rara a la que le gustaba jugar con el diccionario. Aprendí un montón de palabras y eso me sirvió más adelante para hacer crucigramas y, también, para inventar historias y ganar (casi siempre) al ahorcado. Leí muchos libros, sobre todo de fantasía, y otros que no me tocaban por edad (véase thrillers).
Me tragaba todas las pelis de cine negro que emitían en TVE, la «Hora de Alfred Hitchcock», el programa de Jiménez del Oso (oh, sí, soy de esa generación), y también los musicales, que mi padre y yo disfrutábamos juntos.
Como me llama la atención todo lo oculto (gracias, luna en Escorpio), le robé un tarot a mi madre y aprendí a leerlo. También heredé de ella el gusto por el dibujo.
Fui fan de las boy bands de los 80 y 90, aunque después me pasé al rock. Me teñí el pelo sin necesidad por primera vez a los catorce y pasé por casi toda la carta de color. Casi. Nunca fui rubia del todo.
Ahora pinto canas y las luzco con orgullo. Jamás llevo tacones y solo me maquillo en ocasiones especiales. Hasta los cuarenta no tuve valor para tatuarme y hacerme un piercing en la nariz que deseaba desde los dieciséis.
Me encanta cocinar y, para ser sinceros, lo hago muy bien.
También me formé en narrativa y en corrección editorial, porque quería aprender a contar historias de verdad, no solo a juntar palabras.
Mi primera experiencia editorial fue con un proyecto precioso: Relatos felinos del Japón Eterno. Una antología ilustrada de la que formo parte con mi relato «Yukiko».
Hoy puedo decir que lo conseguí: mi primera novela, 𝙵𝚒𝚟𝚎 𝙼𝚎𝚗 𝙰𝚕𝚘𝚗𝚎 - 𝙴𝚕 𝚌𝚊𝚜𝚘 𝙱𝚛𝚎𝚖𝚎𝚗, es un thriller ambientado en Barcelona que mezcla música, obsesiones y secretos.